jueves, 24 de abril de 2008

El sueño reparador


Ayer regresaba de Valencia en avión mientras soñaba. Suelo despertarme muy temprano para coger el avión de ida. Sobre las cinco de la mañana. Cuando llego allí, comienzo una larga reunión de obra contra intereses opuestos al mío. Sus artes y las mías danzan alrededor del fuego eterno. Elaboramos un juego sin puntuación. Es la única forma de construir algo. Luchas, cesiones, nada de acuerdos, se miente. Cuando termina esa reunión, hacemos una visita por el hospital. Tomo fotos, respondo preguntas, ignoro algunas respuestas. Las apunto para contestar posteriormente, desde Madrid, apoyándome en experimentados técnicos. Los de la obra buscan mi inseguridad para apoyar sus ideas. Seguimos la visita. Remarco los plazos. Con alguno me siento libre para bromear. Son chicos y chicas de obra. Salen del tajo a las tantas, van al hotel y duermen. Aquí y en Argelia es lo mismo. Feriantes, colonos, homeless. Interesante contacto sin embargo.

Tras la visita comemos juntos algunos. Copiosa. Al principio invitaba la constructora. Ahora que hay guerrilla, paga la dieta. Tomamos pan, postre y vino. Tras esto salgo corriendo para coger el avión. Cuando me siento en el deseado asiento de la salida de emergencia, quedo inmediatamente dormido. Duermo profundamente.

Como decía, mientras dormía ayer en el avión, tuve un sueño precioso. Estuve recordando la belleza tan grande que he conocido. No eché de menos, simplemente recordé los rasgos físicos de la belleza que he hecho mía. El sueño fue absolutamente ligero, reconfortante, reparador. Mientras dormía podía sentirme tranquilo entre los dos pasajeros que había a mi lado. Un amante a muerte del sodoku y un informático ya mayorcito que parecía encantado todavía con las revistas de sistemas. Mientras soñaba todo era bastante fácil de asimilar. Al ir acercándonos a Madrid, el sueño se turbó con la sensación de cercanía del aterrizaje. Cuando estoy durmiendo en avión, el aterrizaje por sorpresa me causa una impresión tremenda. También algún ascensor. Entendí entonces mi desconfianza al vacío, mi miedo a morir desde que conozco lo que es perder la belleza sin haberlo elegido.

A la vez y desde ese día me siento menos raro, consciente y orgulloso, al darme cuenta de que no tengo pareja.

martes, 15 de abril de 2008

Agentes de contabilidad


El pasado viernes estuve intentando aparcar por el distrito de Salamanca durante casi media hora. Me costó un verdadero esfuerzo porque no había plazas. Además, los dos aparcamientos privados en los que suelo aparcar en esa zona estaban completos. Ante este impedimento y siendo las 19.30 aparqué un tercio del coche en zona de carga y descarga. Me equivoqué y puse tiquet verde de 1,8 euros aún siendo zona azul. Pelele pero pensaba que eso a los topos les gustaba. Nanai. Cuando a las 22 horas regresé al coche tenía calzada en el parabrisas una multa de 180 euros, treinta talegos. Me cagué en su puta madre. Entiéndase por su al topo en cuestión y al político que marca las tasas.

Vamos a europeizarnos a hostias, estará pensando Gallardón. O no, a lo mejor está pensando que el derroche y el endeudamiento inconsciente que practica lo tenemos que compartir todos los madrileños. Estoy realmente cabreado y antes de utilizar la rebelión civil de algún amigo mío, voy a intentar acallar la guerra mofándome de los agentes de movilidad que son los últimos monos de este desconcierto. Son gente informe y uniformada que cree poseer la autoridad. Son fantoches chandaleros que tienen mucho peligro. Antes de cagarme en Madrid por culpa de régimen de terror impuesto en las aceras, voy a describir brevemente un par de episodios con estos fosforitos amagos de guardia urbano, chavales medio maderos que contentan la conciencia olvidada de sus padres:

El primer episodio aconteció en la plaza de Colón, a cosa así de las diez de un día entre semana cualquiera de invierno. Toda la castellana estaba parada y el agente de movilidad del semáforo dirección sur se negaba a dejar pasar a nadie aún cuando el semáforo estaba verde. Como el tiempo pasaba la gente de las filas lejanas empezó a pitar. El agente miraba a los coches y se dirigía a ellos enfervorecidamente. Los afortunados moteros de la primera fila pudimos escuchar las sandeces que decía:

- Pitad, pitad. Vais a joderos un disco más por haber pitado tanto.
- PIIIIIII PIIIIIII
- No me importa que pitéis -repetía- os váis a quedar otro turnito más.
- PIIIIIIIIIIIIII
- ¿Más pitadas? Más turnitos.

En sus ojos había cierto color encendido. El gilipollas se había tomado el atasco a lo personal. En esto un motero más despierto le propuso que dejara pasar a las motos. El agente chalado no oyó esto sino cualquier otra cosa y le respondió:

- Estos que pitan son los que causan que os quedéis parados otroooo turnito más.
- Ah, estos, estos son gilipollas, ni caso hombre. El inteligente motero le apuntó.
- Te has echado el rollo. Por eso que has dicho vais a pasar en el siguiente sólo las motos.
En el siguiente semáforo nos dejó pasar a las motos y yo me iba partiendo la polla de tan sonada voladura.


El otro episodio de movilidad ocurrió el pasado sábado en la vorágine que se monta en Gran Vía los sábados por la tarde. No sé como pero acabé allí comprando una gilipollez y me comí el coche. En un semáforo de Callao estaba un agente de movilidad que por echar la bronca de una nimiedad a un coche (y por supuesto multarle), causó un mucho peor atasco. Cuando hubo terminado de apuntar los datos se lanzó al paso de cebra más cercano para dejar pasar a los coches que querían desviarse por ahí. En ese paso de cebra había muchísimos peatones compradores circulando sin importarles lo más mínimo la circulación vial. El agente bajo el brazo en la acera para hacer el signo de parar a los coches pero dirigido a los peatones. Le dio a un par de subsaharianos en la cabeza mientras apretaba el silbato (los negros salieron corriendo por si les estuviera deteniendo con esa extraña estrategia) y tardó alrededor de un minuto en hacer entender a la gente que debía ceder el paso a los coches.

Bueno, tras esta descarga, para compensar o recuperar la conciencia de cura que me ha impuesto la infancia diré que ojala pronto el manzanares tenga rivera y pueda usarla gracias al faraón. También entenderé el estrés del agente y me diré que cobran muy poco para la poca formación que reciben y la tarea de mierda que pueden tener encomendada. Pero, por favor, bajen las multas o que las paguen sólo los constructores.

miércoles, 9 de abril de 2008

El notario

El notario da fe. Nos certifica que dos intereses llegan a un acuerdo. Para que luego ninguno pueda decir que el otro no presentó eso o que eso no era así. No hay esos, sólo estos en el notario. Tienen que ser don algo. Tienen la mayoría su notaría en enormes pisos lujosos de barrios nobles y aburridos como son el barrio de Salamanca o Chamberí. Al andar sobre el piso de esos suelos, la mayoría de madera, el parquet chirría como si despertaras manadas de murciélagos con tus pasos. Hasta Botín tiene que ir a esos lugares y pasar por su autoridad. Son lo más próximo que queda de la presencia de la corona. Se delega en ellos la credibilidad del estado.

Son aburridos. No bromean. Suelen tener la mano fría. Han estudiado mucho para no aplicar nada. Nadie tiene confianza con ellos. En las notarías hay subalternos que matan los seis toros pero no se llevan nunca orejas. Tienen la mayoría de estos primeros de la cuadrilla avanzada edad ya. Son complacientes y servidores sumisos del notario. En muchas oficinas nos encontramos con este tipo de servil y mansa mano derecha del jefe. Suelen estar mal recompensados. Sólo con dinero. No están del lado del empleado y tampoco del dueño. Son pelotas.

En la notaría nos encontramos con todo tipo de gente. Mucha con pasta, los cuales van más a menudo. También muchos que van poco pero con más ilusión e incluso asustados. La gente se viste para ir al notario. Hoy había una chica muy guapa de un banco que seguramente vaya todos los días porque supongo que habrá gente muy acostumbrada a ir a las notarías de seguido. Imagino los colaboradores del gran pocero, por ejemplo.

Hoy en el notario, he notado su mirada. Notoria ha sido la mía. No ha dado nadie fe de ella. Nadie podría nunca darla. Eso no lo asegura el estado.