martes, 17 de junio de 2008

Paris, Texas

Tengo un buen amigo minotaurico al que en estos días estamos despidiendo. Ha decidido marcharse a Texas en busca de sus ilusiones más profundas. Va a cruzar el charco tras su amor. Una mulata tremenda, también por dentro, que se llama Miriam. Lo entiendo bien. Comulgo con sus sueños. Admiro su valor de dejar sus seguridades ibéricas por el tema que verdaderamente llena, la única cura a la locura. Se ha dado cuenta de lo que vale y va a por ello. Cojonudo.

Es posible que se lleve una hostia. Lo sabe. Estamos mayores pero también por eso no tenemos mucho que perder. En Madrid siempre tendrá una casa.

Hay una poesía de Luis Cernuda que no tengo más remedio que reproducir aquí con permiso de los hijos y viudas del poeta. Que no se preocupen que no van a perder mucha pasta a través de los libros que hubieran vendido de los lectores del blog. Refiere a la importancia de entregarse a la aventura y sirve para cuando uno está lejos del hogar con morriña. Que recuerde lo partido que se puede estar incluso en casa. No anima a no regresar nunca como podría leerse en sentido literal, si no a volver cuando verdaderamente se tenga una razón, al igual que se marcha uno tan lejos.


PEREGRINO
¿Volver? Vuelva el que tenga,
Tras largos años, tras un largo viaje,
Cansancio del camino y la codicia
De su tierra, su casa, sus amigos,
Del amor que al regreso fiel le espere.
Mas, ¿tú? ¿Volver?
Regresar no piensas,
Sino seguir libre adelante,
Disponible por siempre, mozo o viejo,
Sin hijo que te busque, como a Ulises,
Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses,
Fiel hasta el fin del camino y tu vida,
No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto.


¡Buen camino Gonzalo! No creas tener muy cerca lo de aquí cuando allí extraño te sientas. Siamo soli. Siamo qui!


lunes, 9 de junio de 2008

En bici por Madrid



En los descensos, por la noche en Madrid por las calles anchas, cuesta abajo, encima de la bici se siente una especie de teletransporte tipo star-trek porque se rueda con ningún esfuerzo. Se avanza a una velocidad alta sin mover un músculo con lo que se tienen fuerzas para echar un buen vistazo a la ciudad, a sus millones de diferencias, matices, lombrices, gatos y perros. La luz es más que suficiente y ningún otro ser causa presión sobre nuestro ritmo. Observamos la ciudad vacía y llena, generosa, abierta, potencialmente feliz.

Al llegar este tiempo de verano, el ciclo es un medio de transporte idóneo para la ciudad. Es cierto que hay que bajar a lo mejor el nivel de exigencia del atuendo que uno lleve y es cierto también que puede sudarse algo en las cuestas arribas madrileñas pero ay amigos, cuan joven uno llega a ser encima de una bici para moverse libremente por la ciudad.

Las mañanas de los días de trabajo son más bellas cuando atravieso en mi camino los prados y los pinos de la casa de campo. La rivera del manzanares estancado por donde circula el anillo verde no es el Danubio en su parte más crecida pero es suficiente para tener a los coches y camiones bien lejos de allí. Su presencia conjunta en la calzada más que peligrosa es fatigante por la atención que demandan para no atropellarnos. De todas formas, cada vez los tengo más en cuenta y en el próximo debate voy a defender a los conductores de coches porque me respetan muchísimo por lo general y por la cara de aburridos que se les queda en los atascos bajo tierra que generan las nuevas obras de la M30, que Dios las tenga en su gloria cuando terminen el prometido ajardinamiento del antigua anillo soterrado.


La operación bikini también se monta en bici. Si uno utiliza el ciclo para moverse por Madrid en breve tiempo tiene unas patas tipo Elsa PATAky. Si continúa y muy lentamente la panza también se lo agradecerá por medio de una despedida a la francesa: sólo con huevos y a lo mejor un poco de jamón de Cork.

lunes, 2 de junio de 2008

El dolor (de cabeza)







Me acompaña, es cercano y frecuente. Intenso, molesto, notorio es poco. Es una sensación fosforita. Pulso eléctrico y timbre altísimo.

El dolor de cabeza es una constante en mi vida. Cuando menos lo espero, acude presto y raudo. Fiel colega de aventuras, lo he llevado siempre. Dicen los que saben de esto (que por cierto saben muy poco, como en todo lo relativo a la cabeza o al sistema nervioso) que los factores de riesgo son la falta de sueño, los nervios, el consumo de alcohol o algún otro estimulante, el estrés o la falta de una alimentación equilibrada además de por supuesto el componente genético o hereditario. Cumplo todos y cada uno de estos factores como si de una lista de la compra fuera. Voy con el carro por el súper y mi chaval va tachando con facilidad lo que me queda por comprar.

De esta experiencia intensa, se pueden sacar bastantes aprendizajes aparte de las malas leches o los victimismos correspondientes. El dolor es algo que debemos controlar, una alarma del sistema nervioso, propia de algún problema de nuestro cuerpo. Algo no está funcionando como debiera hacerlo. “Ponga remedio a ello o le estaré jodiendo un rato” parece decirnos la centralita de alarmas. “Resetea, Paco” le dice mucha gente a través de la ingesta desproporcionada de analgésicos o de antinflamatorios.

Soportarlo no es sencillo. Tomo pastillas cuando la cosa se pone fea. Tomo las de Villadiego cuando su intensidad aumenta y se superpone a la percepción del entorno. Aún dándome cuenta de que uno puede entender el dolor como algo tan simple como una alarma de un coche, no se puede obviar que impide un ritmo armónico. La alarma comienza a marcar una huella que empiezo a reconocer y que me lleva a cambiar los hábitos para disminuir la frecuencia y la intensidad de los ataques. Manda huevos que esto lo haga yo a los treinta y dos. El hombre y sobre todo juanito banana es un animal que se tropieza tropecientas veces con la misma piedra.

¿Puedo no beber cuando salgo por la noche?
¿Puedo dormir mis horas?
¿Puedo tomarme las cosas con más calma?
¿Puedo no preocuparme demasiado por los asuntos diarios?

Por supuesto que puedo pero es que, oigan, no siempre me da la gana. No iba a convertirme en una vieja alemana a estas alturas de la peli.

Parece por tanto que el dolor forma una parte imprescindible de la vida y habrá que saber convivir con él. Reduciendo su campo de acción a lo que su peso marca en la balanza con la que hoy me despierto y en la que (uy, me cachis!) parece que no he adelgazado todo lo que debería.