Ayer regresaba de Valencia en avión mientras soñaba. Suelo despertarme muy temprano para coger el avión de ida. Sobre las cinco de la mañana. Cuando llego allí, comienzo una larga reunión de obra contra intereses opuestos al mío. Sus artes y las mías danzan alrededor del fuego eterno. Elaboramos un juego sin puntuación. Es la única forma de construir algo. Luchas, cesiones, nada de acuerdos, se miente. Cuando termina esa reunión, hacemos una visita por el hospital. Tomo fotos, respondo preguntas, ignoro algunas respuestas. Las apunto para contestar posteriormente, desde Madrid, apoyándome en experimentados técnicos. Los de la obra buscan mi inseguridad para apoyar sus ideas. Seguimos la visita. Remarco los plazos. Con alguno me siento libre para bromear. Son chicos y chicas de obra. Salen del tajo a las tantas, van al hotel y duermen. Aquí y en Argelia es lo mismo. Feriantes, colonos, homeless. Interesante contacto sin embargo.
Tras la visita comemos juntos algunos. Copiosa. Al principio invitaba la constructora. Ahora que hay guerrilla, paga la dieta. Tomamos pan, postre y vino. Tras esto salgo corriendo para coger el avión. Cuando me siento en el deseado asiento de la salida de emergencia, quedo inmediatamente dormido. Duermo profundamente.
Como decía, mientras dormía ayer en el avión, tuve un sueño precioso. Estuve recordando la belleza tan grande que he conocido. No eché de menos, simplemente recordé los rasgos físicos de la belleza que he hecho mía. El sueño fue absolutamente ligero, reconfortante, reparador. Mientras dormía podía sentirme tranquilo entre los dos pasajeros que había a mi lado. Un amante a muerte del sodoku y un informático ya mayorcito que parecía encantado todavía con las revistas de sistemas. Mientras soñaba todo era bastante fácil de asimilar. Al ir acercándonos a Madrid, el sueño se turbó con la sensación de cercanía del aterrizaje. Cuando estoy durmiendo en avión, el aterrizaje por sorpresa me causa una impresión tremenda. También algún ascensor. Entendí entonces mi desconfianza al vacío, mi miedo a morir desde que conozco lo que es perder la belleza sin haberlo elegido.
A la vez y desde ese día me siento menos raro, consciente y orgulloso, al darme cuenta de que no tengo pareja.
Tras la visita comemos juntos algunos. Copiosa. Al principio invitaba la constructora. Ahora que hay guerrilla, paga la dieta. Tomamos pan, postre y vino. Tras esto salgo corriendo para coger el avión. Cuando me siento en el deseado asiento de la salida de emergencia, quedo inmediatamente dormido. Duermo profundamente.
Como decía, mientras dormía ayer en el avión, tuve un sueño precioso. Estuve recordando la belleza tan grande que he conocido. No eché de menos, simplemente recordé los rasgos físicos de la belleza que he hecho mía. El sueño fue absolutamente ligero, reconfortante, reparador. Mientras dormía podía sentirme tranquilo entre los dos pasajeros que había a mi lado. Un amante a muerte del sodoku y un informático ya mayorcito que parecía encantado todavía con las revistas de sistemas. Mientras soñaba todo era bastante fácil de asimilar. Al ir acercándonos a Madrid, el sueño se turbó con la sensación de cercanía del aterrizaje. Cuando estoy durmiendo en avión, el aterrizaje por sorpresa me causa una impresión tremenda. También algún ascensor. Entendí entonces mi desconfianza al vacío, mi miedo a morir desde que conozco lo que es perder la belleza sin haberlo elegido.
A la vez y desde ese día me siento menos raro, consciente y orgulloso, al darme cuenta de que no tengo pareja.