Me acompaña, es cercano y frecuente. Intenso, molesto, notorio es poco. Es una sensación fosforita. Pulso eléctrico y timbre altísimo.
El dolor de cabeza es una constante en mi vida. Cuando menos lo espero, acude presto y raudo. Fiel colega de aventuras, lo he llevado siempre. Dicen los que saben de esto (que por cierto saben muy poco, como en todo lo relativo a la cabeza o al sistema nervioso) que los factores de riesgo son la falta de sueño, los nervios, el consumo de alcohol o algún otro estimulante, el estrés o la falta de una alimentación equilibrada además de por supuesto el componente genético o hereditario. Cumplo todos y cada uno de estos factores como si de una lista de la compra fuera. Voy con el carro por el súper y mi chaval va tachando con facilidad lo que me queda por comprar.
De esta experiencia intensa, se pueden sacar bastantes aprendizajes aparte de las malas leches o los victimismos correspondientes. El dolor es algo que debemos controlar, una alarma del sistema nervioso, propia de algún problema de nuestro cuerpo. Algo no está funcionando como debiera hacerlo. “Ponga remedio a ello o le estaré jodiendo un rato” parece decirnos la centralita de alarmas. “Resetea, Paco” le dice mucha gente a través de la ingesta desproporcionada de analgésicos o de antinflamatorios.
Soportarlo no es sencillo. Tomo pastillas cuando la cosa se pone fea. Tomo las de Villadiego cuando su intensidad aumenta y se superpone a la percepción del entorno. Aún dándome cuenta de que uno puede entender el dolor como algo tan simple como una alarma de un coche, no se puede obviar que impide un ritmo armónico. La alarma comienza a marcar una huella que empiezo a reconocer y que me lleva a cambiar los hábitos para disminuir la frecuencia y la intensidad de los ataques. Manda huevos que esto lo haga yo a los treinta y dos. El hombre y sobre todo juanito banana es un animal que se tropieza tropecientas veces con la misma piedra.
¿Puedo no beber cuando salgo por la noche?
¿Puedo dormir mis horas?
¿Puedo tomarme las cosas con más calma?
¿Puedo no preocuparme demasiado por los asuntos diarios?
Por supuesto que puedo pero es que, oigan, no siempre me da la gana. No iba a convertirme en una vieja alemana a estas alturas de la peli.
Parece por tanto que el dolor forma una parte imprescindible de la vida y habrá que saber convivir con él. Reduciendo su campo de acción a lo que su peso marca en la balanza con la que hoy me despierto y en la que (uy, me cachis!) parece que no he adelgazado todo lo que debería.
El dolor de cabeza es una constante en mi vida. Cuando menos lo espero, acude presto y raudo. Fiel colega de aventuras, lo he llevado siempre. Dicen los que saben de esto (que por cierto saben muy poco, como en todo lo relativo a la cabeza o al sistema nervioso) que los factores de riesgo son la falta de sueño, los nervios, el consumo de alcohol o algún otro estimulante, el estrés o la falta de una alimentación equilibrada además de por supuesto el componente genético o hereditario. Cumplo todos y cada uno de estos factores como si de una lista de la compra fuera. Voy con el carro por el súper y mi chaval va tachando con facilidad lo que me queda por comprar.
De esta experiencia intensa, se pueden sacar bastantes aprendizajes aparte de las malas leches o los victimismos correspondientes. El dolor es algo que debemos controlar, una alarma del sistema nervioso, propia de algún problema de nuestro cuerpo. Algo no está funcionando como debiera hacerlo. “Ponga remedio a ello o le estaré jodiendo un rato” parece decirnos la centralita de alarmas. “Resetea, Paco” le dice mucha gente a través de la ingesta desproporcionada de analgésicos o de antinflamatorios.
Soportarlo no es sencillo. Tomo pastillas cuando la cosa se pone fea. Tomo las de Villadiego cuando su intensidad aumenta y se superpone a la percepción del entorno. Aún dándome cuenta de que uno puede entender el dolor como algo tan simple como una alarma de un coche, no se puede obviar que impide un ritmo armónico. La alarma comienza a marcar una huella que empiezo a reconocer y que me lleva a cambiar los hábitos para disminuir la frecuencia y la intensidad de los ataques. Manda huevos que esto lo haga yo a los treinta y dos. El hombre y sobre todo juanito banana es un animal que se tropieza tropecientas veces con la misma piedra.
¿Puedo no beber cuando salgo por la noche?
¿Puedo dormir mis horas?
¿Puedo tomarme las cosas con más calma?
¿Puedo no preocuparme demasiado por los asuntos diarios?
Por supuesto que puedo pero es que, oigan, no siempre me da la gana. No iba a convertirme en una vieja alemana a estas alturas de la peli.
Parece por tanto que el dolor forma una parte imprescindible de la vida y habrá que saber convivir con él. Reduciendo su campo de acción a lo que su peso marca en la balanza con la que hoy me despierto y en la que (uy, me cachis!) parece que no he adelgazado todo lo que debería.
4 comentarios:
Querido Juambo,
Las resacas nunca han sido buenas... flagelarse tampoco... contra el dolor, cuidado propio y distracción... acaso crees que a alguien le duele la cabeza mientras cruza el atlántico en patera? Me duele leerte doliente.
Saludos chopiteros!
Viernes, el dolor existe, no hay que negarlo. Un poco evitarlo pero un poco también de admitirlo.
Me gusta tu poesía sin embargo del me duele leerte doliente.
Saliste vivo del labo, ya me contarás.
Saludos sacudesemistas!
A ver si el dolor viene provocado por las continuas sacudidas a las que invitas.
Salud
va a ser por eso mushulo, vamos a tener que sacudirnosla menos.
tendrá algo que ver lo del "me duele la cabeza" con sacudirsela?
ahora lo entiendo todo.
gracias, dirijo ahora mis pasos al fin de semana y esta clave que me has lanzado me aclara la cabeza estilo h&m: quitando la caspa.
saludos findistas!
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