Cuenta mi abuela María que allá por los años de la segunda república, Madrid era una ciudad más cercana. Trabajaba mucho y a matacaballo porque era la mayor de una familia muy numerosa y no tenían fuente de ingresos. Por aquel entonces, Don Pablo Neruda era cónsul de Chile en Madrid. Atendía los asuntos consulares de aquel hervidero país que era España. La inestabilidad del gobierno, las corrientes fascistas del ejército provenientes de Europa y del colonialismo africano; y un sinfín de movimientos sociales que llegaban entonces a España hacían de la ciudad un punto álgido en el Mundo.
En la casa de Neruda trabajaba la prima de mi abuela planchando y arreglando dentro del equipo de servicio que su piso en la calle Galileo disponía. El interés de ganar algún dinerillo y la curiosidad que despertaba el poeta y su muy visitada casa, hicieron a mi abuela de unos quince años acercarse por ahí.
Por allí pasaban poetas de la talla de Lorca, Aleixandre, Alberti o Machado. Una espiral de pintores, músicos, políticos y afamados señores que entre sus labores estaba la de pasar la tarde con poca cosa, quizás un café o tal vez un coñac. Con poca cosa, que es lo que más me maravilla de entonces, pasaban la tarde en la mesa, charlando.
La joven María observaba un panorama intelectual muy interesante pero una vida desgraciada de aquel ilustre personaje. En esos años, Don Pablo estaba casado con María Antonieta Haagenar, que aunque muchos lo penséis, no era la fundadora ni la hija del fundador de Haagen Datz. Era de origen holandés pero con algo menos de horchata en las venas. Parece ser que le interesaba de Pablo su éxito y su entorno. Tuvieron una hija con una enfermedad que mi abuela no sabe nombrar pero describe en los síntomas que tenía la cabeza muy hinchada. Su matrimonio estuvo en un vilo, por lo poco unidos que estaban. Las dificultades con su hija fueron un vínculo en esos años. Allí y mientras tanto crecía su hija, conoció a Delia del Carril. Activa mujer luchadora por la causa común de las libertades. Su unión estuvo basada desde el principio en los sueños y no en las circunstancias negativas.
Al poco de morir Malva Marina, la hija del primer matrimonio, el vínculo se rompió y el amor se unió por encima de la muerte como dice el poeta. Mataron a Lorca los animales, estalló el alzamiento y yo no estaba ni para impedirlo ni para apoyarlo. ¡Qué pena que echaran a toda la generación del 27 y cuánta nostalgia llenó la mejor poesía que he leído en mi vida! Queda en mi memoria soñada el constante viaje del sentir que regalaba Don Pablo a todo aquel que se acercaba. A mi abuela María, a esa niñita andaluza que planchaba y sonreía, le leía poemas y la animaba a que escribiera los suyos para poder devolverle el soneto al señor cónsul.
En el eterno cantar está el verso. En el profundo sentir de quien no tiene más remedio que buscar lo hondo del alma, lo que de tanto gustar quema. En el reconocimiento sin posible lógica llega el poema. En el pulso monótono y vivo del corazón llega la canción de la rima. Allá en lo más íntimo vivían esos hombres que echaron. Al público gritaban sus versos libres y en privado simplemente charlaban.
Sugiero escuchéis un poema de Neruda en la voz de Antonio Vega, un genio integrista de la vida. Espero que podáis abrirlo porque no he conseguido enchufarlo en directo, espero que alguien me diga cómo se hace.
PS. La de arriba del todo es mi abuela con dos bisnietos en un momento cumbre. De las dos mujeres en las fotos de blanco y negro, la de arriba del todo es Delia y la de abajo es María Antonieta.