Mientras me como una mini-pizza bastante grasienta en la sala de espera del aeropuerto de Chicago observo a la gente. Tengo el estómago bastante malito. Me he dejado llevar por las especias y la comida rápida. A juzgar por la cantidad de obesos a mi alrededor la comida no debe ser muy saludable, aunque he de reconocer que embarga mi boca con una mezcla de sabores intensos. Está buena la condenada. Está por todas partes: en el cine, en la gasolinera, en el aeropuerto (he contado cuatro mc donalds en esta terminal). La gente que conjuga la ansiedad con la comida lo tiene difícil en USA.
Observo a la gente que está trabajando. En Estados Unidos la gente irradia una responsabilidad en el trabajo nuclear. He notado en este viaje, en la gente que he visitado y que estaba trabajando, que la forma que tienen ahora de organizar el trabajo no es tan especializada como yo creía. Quizás sea esta ciudad tan singular o quizás sea sólo la gente que he visto, pero eran más polifuncionales, más abiertos. Recuerdo que en los años en los que colaboré con una empresa de Minneapolis las funciones eran mucho más estancas. Contaban con un responsable de tornillos, un responsable de catálogos, etc. Su nivel de especialización era tan elevado que eran capaces de realizar sus funciones con una alta profesionalidad siempre y cuando no salieran de su ámbito o de su proceso. Cometían, sin embargo, errores difícil de entender para mí, a la hora de asimilar otras fuentes, nuevos métodos o unidades.
Pensando en la forma de organizar el trabajo y en particular en la ingeniería, me viene una mezcla de esta forma especializada y del spanish-a-puerta-gallola. Me gusta pensar en una ingeniería creativa que plantea soluciones a los problemas reales, plásticos y por ello amplios, dentro de un límite. No realizar siempre la misma tarea aunque con ello se alcance una seguridad tremenda, aplastante. Porque no se trata de imponer el conocimiento sino de intentar compartirlo, debatirlo, abrazarlo.
Chicago me ha parecido una ciudad interesante. El diseño de sus edificios o zonas urbanas resulta tremendamente agradable y singular en cada inmueble o barrio. No hay monotonía en la ciudad funcional. Sorprende. La gente es por lo demás muy amable y se palpa cierta locura de ciudad grande que me hace mucha gracia. En dos ocasiones y sin hacer ningún favor sexual, se han ofrecido dos señoras a pagarme primero un dolar y luego tres porque no tenía cambio. ¡Con lo rata que soy yo! Algo me llevo aprendido para casa.
2 comentarios:
Juambo, menudos viajes te pegas!!
A veces hay que ir muy lejos para apreciar lo de casa... e incluso darse cuenta de que se es roñoso!!! ja ja. Respecto a lo de casa, también me refiero a esa sinfonía de actividades que cada españolito es capaz de tocar en la vida, ya sabes, la España plural también tiene su reflejo en la de cosas que sin darnos cuenta sabemos hacer cada uno. mientras nos perdimos medio siglo XX con el que inventen ellos, ganamos también esa parte de me las apaño como pueda. Hubiera sido muy curioso un contraste practicando un vuelo de Chicago a La Habana,(como Meca del "manitas" y del pluriactivo, del bricolageman, etc) no?
Saludos y bienvenido!
Viernes
Encantado de hacer ese viaje de investigación a cuba desde chicago o desde la china popular. ¡Que vivan tus comentarios don viernes!
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