lunes, 10 de diciembre de 2007

Oigame mi niño




Cuentan de Canarias que hace muchos años, antes siquiera de que gobernara el PP en Madrid, se formaron los islotes en un relativo corto espacio de tiempo. El océano que las rodea cubría antes a las rocas que reposaban aburridas sobre el fondo del mar. Hartas ya de tanta calma y observando el enorme mar de nubes que cubre la zona, un determinado conjunto de rocas decidió hacer algo grande por fin en su vida. En una tarde no muy lejana, se empezaron a poner calentitas y en un periquete se formó allí la del rosario de la Aurora. Ahora observan el mar desde la altura, algunas incluso por encima del imitador mar de nubes. Ahora algunos paisajes en los que viven son verdes y azules, densos bosques de pino canario o volcanes enormes. Costas escarpadas que protestan mediante olas gigantes por el obstáculo recién creado sin pedir permiso e impidiendo su eterno tránsito oceánico.




En la isla de El Hierro hay mucha madera y piedra volcánica, arena con ciertas hierbas; pero no hay hierro alguno. Se oxidaría enseguida. Sus gentes, sus pueblos, el aire que respiran, la comida que hacen, todo sabe a mar, a purito océano Atlántico. Caminar aquí es escalar volcanes de más de mil metros de altura y que nacen del mar, en un terreno minúsculo. Obsevar todo esto es precioso, casi cualquier contacto con sus lugareños también. Los isleños en su mayoría son animados, graciosos, cerrados y pueblerinos, dulces, calmados, guapas. La locura viene servida por su soledad. Los isleños están aislados. Viven de cara al mar y al turismo del sol, muy de paso. En la soledad, decía Nietzsche, se puede tener de todo menos cordura.





En parte, el viaje que acabo de realizar lo he hecho solo. En parte he estado en compañía. Creo que es una buena combinación. La soledad es una compañera de viaje que exacerba los contactos humanos sea cual sea su índole, agranda cualquier sonrisa extraña y también convida a muchos tragos. Con ella el tiempo se alarga y se pueden visitar muchos sitios en poco tiempo. La elección de la ruta es muy libre, por ello también muy disparatada. Es una opción más, no vale ni tanto ni tan poco. Aparece inevitablemente en el camino y conviene tomarla y tomarle el pelo.

Su experiencia nos hace valorar la compañía a la vez que nos descubre aspectos del viaje que pasan desapercibidos con otras personas. El diálogo interno no para, sin embargo, y a veces conviene distraerlo con algún libro, cine o la tan valorada como reciente compañera: la escritura bloggera.

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