En Francia he visto a mucha gente que andaba por sí misma. He visto a chicos y chicas que leían, que montaban en bici para ir a algún sitio. Me ha gustado mucho conocer a algún gabacho con personalidad y ver que esa soledad que les otorga el clima y la bonanza económica también puede molar. Estuve en unas fiestas de un pueblo donde un chico cantaba canciones de gran calado, de antiguo juglar y que la gente le escuchaba sentado. He visto menos borreguismo que por estas latitudes. Gente con planes propios, con el día lleno.
Cuando he regresado a Madrid, de nuevo he visto cosas que me han ayudado a reintegrarme fácilmente en esta sociedad tras las vacas locas sin desintegrarme en la reentrada en la atmósfera. En las terrazas, la gente hablando, ejerciendo una sociabilidad muy rica que he de reconocer que llevo encantado encima. En el trabajo recibiendo bromas, en la familia compartiendo momentos de mi viaje.
Lo que me gustaría es que España se pringara un poco de la individualidad de Francia. Esa entidad propia que les hace despuntar como individuos y que permite un desarrollo a través de las personas, con sus propios ideales. Me gustaría ver a la sociedad española menos borrega y más reivindicativa en lo individual. A la vez me gustaría que Francia se empapara del necesario contacto humano que regalamos aquí y que no llamara tanto la atención a la gente por salirse de las fastidiosas normas rígidas que disponen para estandarizar bellamente el país.
Esto son divagaciones que se añaden al disfrute de la visión de acantilados enormes, canales con bosques frondosos, un océano furioso que acoge a muchas personas en sus playas y una cocina que no puedo escribir con palabras y tuviera para ello que poner interjecciones extrañas y así sencillamente aquí dibujarlas. Recomiendo esa visita si tan solo por unos días se pueden olvidar los bailes y los bares, los gritos y las multitudes. No es fácil para el españolito de a pie. Hay que ir bien acompañado.